martes, 19 de octubre de 2010
sábado, 27 de marzo de 2010
Enfermedades raras
El pasado día 28 de Febrero canal 9 se hizo eco del día mundial de las enfermedades raras, realizando un pequeño reportaje en el que aparecen María con síndrome de Rett y Javier con MPS Sanflilippo III, entre otros. Éstas se engloban dentro del grupo de las llamadas enfermedades raras. Según la OMS, una enfermedad rara es aquella que afecta a menos de 20.000 personas en toda Europa, y a menos de 200.000 en E.E.U.U., aunque ahí algunas enfermedades se engloban dentro de las "raras" aún superando las 200.000 personas.
Aquí os dejo un enlace con el vídeo del documental emitido en Canal 9
Aquí os dejo un enlace con el vídeo del documental emitido en Canal 9
lunes, 22 de marzo de 2010
Biografía de Jan Brueghel el Viejo.
Brueghel procedía de una ilustre familia de artistas y, junto con Rubens, estaba considerado el principal pintor de Amberes. Jan Brueghel el Viejo (Bruselas, 1568 - Amberes, 1625), fue un pintor flamenco, hijo de Pieter Brueghel el Viejo (que pintó tres cuadros sobre el tema de la torre de Babel, si bien se conservan dos: "La construcción de la torre de Babel" y "La Pequeña construcción de la torre de Babel"), y padre de Jan Brueghel el Joven. Fue apodado Brueghel "el Terciopelo", "la Flor" o "el Paraíso", debidos los dos últimos nombres a sus temas favoritos y el primero a su costumbre de vestir terciopelo.
Prolífico pintor de naturalezas muertas, a menudo de flores y paisajes, creó un estilo más independiente del de su padre que el de su hermano Pieter el Joven. Sus primeras obras a menudo son paisajes con escenas bíblicas o históricas, en particular escenas boscosas mostrando la influencia del maestro Gillis van Coninxloo. Más tarde evolucionó a pintura de paisaje puro, o vistas urbanas, y hacia naturalezas muertas al final de su carrera.
Muchos de sus cuadros son colaboraciones en los que otros autores, como Peter Paul Rubens, Hendrick de Clerk , Frans Francken el Joven, Paul Brill, Joost de Momper y Hendrick van Balen pintaban figuras.
Fue una figura esencial para el desarrollo del paisaje tradicional flamenco en la línea iniciada por Joachim Patinir y Gillis van Coninxloo III, éste como representante más inmediato. Uno de los pasajes de la Biblia, el Paraiso, fue pintado un sinfín de veces por Brueghel y se refleja, en dichos paisajes inspirados en el Paraiso de la Biblia, el ascendiente de contemporáneos como Roelandt Savery y Rubens, hecho que no es de extrañar pues con este último mantuvo una estrecha colaboración.
Prolífico pintor de naturalezas muertas, a menudo de flores y paisajes, creó un estilo más independiente del de su padre que el de su hermano Pieter el Joven. Sus primeras obras a menudo son paisajes con escenas bíblicas o históricas, en particular escenas boscosas mostrando la influencia del maestro Gillis van Coninxloo. Más tarde evolucionó a pintura de paisaje puro, o vistas urbanas, y hacia naturalezas muertas al final de su carrera.
Muchos de sus cuadros son colaboraciones en los que otros autores, como Peter Paul Rubens, Hendrick de Clerk , Frans Francken el Joven, Paul Brill, Joost de Momper y Hendrick van Balen pintaban figuras.
Fue una figura esencial para el desarrollo del paisaje tradicional flamenco en la línea iniciada por Joachim Patinir y Gillis van Coninxloo III, éste como representante más inmediato. Uno de los pasajes de la Biblia, el Paraiso, fue pintado un sinfín de veces por Brueghel y se refleja, en dichos paisajes inspirados en el Paraiso de la Biblia, el ascendiente de contemporáneos como Roelandt Savery y Rubens, hecho que no es de extrañar pues con este último mantuvo una estrecha colaboración.
sábado, 20 de marzo de 2010
Artículo sobre descubrimiento del Ardipithecus ramidus
El antepasado más antiguo del hombre no era como los monos actuales
El 'Ardipithecus ramidus' indica que los caminos evolutivos de los seres humanos y los monos fueron muy diferentes.- La ausencia de caninos protuberantes en los machos muestra que eran socialmente poco agresivos
MALEN RUIZ DE ELVIRA - Madrid
ELPAIS.com - Sociedad - 01-10-2009
Era hembra, medía 120 centímetros, pesaba unos 50 kilogramos y vivió en la famosa región de Afar en Etiopía hace 4,4 millones de años. Ardi, que es como la han bautizado, es el ejemplar más completo encontrado del antepasado más antiguo de los seres humanos, el Ardipithecus ramidus, que ha tardado 17 años en ser presentado oficialmente en sociedad. Ahora lo hace con la pompa correspondiente al hallazgo de toda una generación en paleoantropología.
La revista Science le dedica un número especial a los estudios realizados por 11 equipos internacionales de todos los aspectos del Ardipithecus ramidus, sobre la base de 110 fósiles. Tanto en Etiopía como en Estados Unidos han presentado a Ardi y sus congéneres, cuyos restos fósiles han sido excavados pacientemente en un terreno sumamente difícil por el equipo dirigido por el estadounidense Tim White.
El nuevo homínido significa un salto hacia atrás de más de un millón de años en el conocimiento de la estirpe del ser humano y, a pesar del completo estudio ahora presentado (antes sólo se conocían unos pocos fósiles), las discusiones sobre cómo vivía, si verdaderamente andaba erguido y lo que representó en la evolución humana no han hecho más que empezar.
Hasta ahora eran los australopitecos -representados sobre todo por la famosa Lucy, que vivió hace 3,2 millones de años y fue hallada en 1974-, los antepasados más antiguos conocidos del hombre. Lucy demostró que los homínidos empezaron a andar erguidos antes de que aumentara el tamaño del cerebro, y los científicos, a partir de entonces, se empezaron a preguntar que pasó antes. ¿Andarían erguidos ya los antepasados de Lucy o se apoyarían sobre los nudillos y se colgarían de las ramas de los árboles como los chimpancés?.
Se cree que el ultimo antepasado común compartido por humanos, chimpancés, gorilas y bonobos vivió hace seis o más millones de años. Aunque el Ardipithecus ramidus no lo sea, probablemente compartió varias de las características de este antepasado, señalan los científicos. Del análisis de los fósiles han deducido que se movía por los árboles a cuatro patas pero andaba erguido sobre el suelo. Nuría García (Universidad Complutense) es el único científico español que ha participado en los estudios, centrándose en la fauna del ambiente, boscoso, en que vivió el Ardipithecus ramidus hace 4,4 millones de años.
El ejemplar Ardi tiene las manos prácticamente completas, lo que significa un tesoro para los paleontólogos. Sus muñecas indican que podía subirse a los árboles pero no lo hacía con la soltura de los actuales monos. Por eso, los chimpancés, por ejemplo, ya no se pueden considerar indicativos de cómo era el antepasado común, ya que debieron de evolucionar después de separarse del ancestro común. Además, la manos del Ardipithecus ramidus eran ya relativamente diestras para manejar objetos.
En cuanto al cerebro del nuevo antepasado, es pequeño, como el de los chimpancés actuales. Además, parece haber poca diferencia de tamaño total entre machos y hembras, y el cráneo y los dientes indican que tenía una cara pequeña y que era poco agresivo socialmente. Este último rasgo se deduce, curiosamente, de la ausencia de un canino protuberante y afilado en los machos. Esto sugiere que los conflictos entre machos eran menos frecuentes que en otros primates como los chimpancés y los gorilas, explica otro investigador, C. Owen Lovejoy, de la Universidad de Kent.
"En el Ardipithecus ramidus tenemos una forma no especializada que no ha evolucionado mucho en la dirección del Australopithecus, por lo que, cuando vas de la cabeza a los dedos del pie, lo que ves es una criatura mosaico, que no es ni chimpancé ni humano. Es el Ardipithecus", dice Tim White, de la Universidad de California en Berkeley.
"Darwin fue muy sabio a este respecto", añade White. "Dijo que tenemos que ser muy cuidadosos. La única forma de saber realmente a quién se parece este último antepasado común es ir y encontrarlo. Bien, pues de hace 4,4 millones de años encontramos algo bastante cercano. Y, tal y como Darwin entendió, la evolución de los linajes de los simios y el linaje humano ha avanzado independientemente desde la época en que esas líneas se separaron, desde el último antepasado común que compartimos".
El 'Ardipithecus ramidus' indica que los caminos evolutivos de los seres humanos y los monos fueron muy diferentes.- La ausencia de caninos protuberantes en los machos muestra que eran socialmente poco agresivos
MALEN RUIZ DE ELVIRA - Madrid
ELPAIS.com - Sociedad - 01-10-2009
Era hembra, medía 120 centímetros, pesaba unos 50 kilogramos y vivió en la famosa región de Afar en Etiopía hace 4,4 millones de años. Ardi, que es como la han bautizado, es el ejemplar más completo encontrado del antepasado más antiguo de los seres humanos, el Ardipithecus ramidus, que ha tardado 17 años en ser presentado oficialmente en sociedad. Ahora lo hace con la pompa correspondiente al hallazgo de toda una generación en paleoantropología.
La revista Science le dedica un número especial a los estudios realizados por 11 equipos internacionales de todos los aspectos del Ardipithecus ramidus, sobre la base de 110 fósiles. Tanto en Etiopía como en Estados Unidos han presentado a Ardi y sus congéneres, cuyos restos fósiles han sido excavados pacientemente en un terreno sumamente difícil por el equipo dirigido por el estadounidense Tim White.
El nuevo homínido significa un salto hacia atrás de más de un millón de años en el conocimiento de la estirpe del ser humano y, a pesar del completo estudio ahora presentado (antes sólo se conocían unos pocos fósiles), las discusiones sobre cómo vivía, si verdaderamente andaba erguido y lo que representó en la evolución humana no han hecho más que empezar.
Hasta ahora eran los australopitecos -representados sobre todo por la famosa Lucy, que vivió hace 3,2 millones de años y fue hallada en 1974-, los antepasados más antiguos conocidos del hombre. Lucy demostró que los homínidos empezaron a andar erguidos antes de que aumentara el tamaño del cerebro, y los científicos, a partir de entonces, se empezaron a preguntar que pasó antes. ¿Andarían erguidos ya los antepasados de Lucy o se apoyarían sobre los nudillos y se colgarían de las ramas de los árboles como los chimpancés?.
Se cree que el ultimo antepasado común compartido por humanos, chimpancés, gorilas y bonobos vivió hace seis o más millones de años. Aunque el Ardipithecus ramidus no lo sea, probablemente compartió varias de las características de este antepasado, señalan los científicos. Del análisis de los fósiles han deducido que se movía por los árboles a cuatro patas pero andaba erguido sobre el suelo. Nuría García (Universidad Complutense) es el único científico español que ha participado en los estudios, centrándose en la fauna del ambiente, boscoso, en que vivió el Ardipithecus ramidus hace 4,4 millones de años.
El ejemplar Ardi tiene las manos prácticamente completas, lo que significa un tesoro para los paleontólogos. Sus muñecas indican que podía subirse a los árboles pero no lo hacía con la soltura de los actuales monos. Por eso, los chimpancés, por ejemplo, ya no se pueden considerar indicativos de cómo era el antepasado común, ya que debieron de evolucionar después de separarse del ancestro común. Además, la manos del Ardipithecus ramidus eran ya relativamente diestras para manejar objetos.
En cuanto al cerebro del nuevo antepasado, es pequeño, como el de los chimpancés actuales. Además, parece haber poca diferencia de tamaño total entre machos y hembras, y el cráneo y los dientes indican que tenía una cara pequeña y que era poco agresivo socialmente. Este último rasgo se deduce, curiosamente, de la ausencia de un canino protuberante y afilado en los machos. Esto sugiere que los conflictos entre machos eran menos frecuentes que en otros primates como los chimpancés y los gorilas, explica otro investigador, C. Owen Lovejoy, de la Universidad de Kent.
"En el Ardipithecus ramidus tenemos una forma no especializada que no ha evolucionado mucho en la dirección del Australopithecus, por lo que, cuando vas de la cabeza a los dedos del pie, lo que ves es una criatura mosaico, que no es ni chimpancé ni humano. Es el Ardipithecus", dice Tim White, de la Universidad de California en Berkeley.
"Darwin fue muy sabio a este respecto", añade White. "Dijo que tenemos que ser muy cuidadosos. La única forma de saber realmente a quién se parece este último antepasado común es ir y encontrarlo. Bien, pues de hace 4,4 millones de años encontramos algo bastante cercano. Y, tal y como Darwin entendió, la evolución de los linajes de los simios y el linaje humano ha avanzado independientemente desde la época en que esas líneas se separaron, desde el último antepasado común que compartimos".
Artículo de El País digital
PERSONAJE
Vivir 12 años entre lobos
CRISTÓBAL RAMÍREZ
EL PAIS SEMANAL - 06-12-2009
Ese día, la carretera por delante, Marcos pensó que sólo vería nubarrones en su vida. Miró a lo alto. Se carcajeó, como se carcajea siempre, con los ojos enterrados, con la cara traviesa:
–Adiós, sol, que ya no te veré más.
A Manuel le hizo gracia la ocurrencia. Los dos enfilaban la carretera a San Ciprián de Viñas, un concejo verde encerrado en Ourense, para vivir en una casona. Para vivir juntos. Por vivir así. Manuel conocía a Marcos (el charlatán, el que dormía en un edificio en obras en Fuengirola, Málaga) desde hacía cinco años y se reía con sus historietas. Manuel viajaba al sur para visitar a uno de sus hijos, dueño de un restaurante. De eso conocía a Marcos. Le cogió cariño. Por pena, se lo comentó:
–Me he quedado viudo. Mis hijos van por su lado. ¿Quieres venirte a Galicia conmigo?
Marcos aceptó. Después de muchos años tendría un techo. Aunque fuera en el norte, donde le habían jurado que el cielo siempre estaba negro. El día en que llegó a Ourense no pudo ser más luminoso. Y sintió que debía despedirse del sol para siempre.
Esto fue hace 10 años. Marcos, sólo entonces, empezó a vivir. Porque lo de antes no se sabe qué es. Marcos Rodríguez Pantoja, el menor de tres hermanos, nació en Añora (Córdoba) en junio de 1946. Su madre, Araceli, murió. Su padre, Melchor, se juntó con una mujer, se fueron a vivir al campo y entregó a unos parientes a sus dos hijos mayores. Marcos se quedó con su padre, su madrastra y las palizas de mil demonios que ésta le propinaba. Vivían en una choza levantada con palos y matojos. Palos y sacos de paja. Eran piconeros: hacían carbón. Como apenas tenían un mendrugo de pan, pasó lo que pasó:
–Llegó un señor, el dueño de una finca, y estuvo hablando con mi padre. Le dijo: “Tanto dinero le doy por llevarme a este chico”. Entonces me cogió, me llevó a su casa y me hartó de comer. Y cuando anocheció me llevaron a Sierra Morena, donde se escondía un viejecito con barbas. Tenía cabras que guardaba el viejo aquel. Había lobos aullando, zorros, cabras, ciervos… Antes de llevarme allí me pusieron un plato de chorizo, tocino, morcilla, tasajo de ciervo, carne seca… Todos me miraban.
Marcos rememora a salto de mata la historia en que su padre lo vendió como el que vende un cerdo. El director de cine Gerardo Olivares ha escuchado muchas veces ese relato entrecortado. El trasunto real de Mowgli. Llegó a él por puro azar, a través de la tesis que el antropólogo Gabriel Janer escribió a mediados de los setenta. Gerardo se decidió a rodar una película basada en la vida de Marcos. El filme se titulará Entre lobos y se estrenará en octubre de 2010. El plató es la misma Sierra Morena donde Marcos anduvo sin pizca de contacto humano, más o menos, desde los 7 hasta los 19 años. Desde 1953 hasta 1965.
–Marcos, a repetirlo. Pero habla como tú hablas, con acento andaluz.
Gerardo y las órdenes. Marcos está presente en este escenario de bosques y sombras. Se interpreta a sí mismo en las escenas finales. De más joven, es Juanjo Ballesta (El Bola) quien se mete en su piel. Marcos no focaliza su atención en un discurso ordenado. Habla tal como le nace. No atiende.
Nunca nadie le obligó a hacerlo. Con el viejo huraño aquel convivió poco. Una noche le dijo que lo esperara en la cueva donde dormían. “Y no lo volví a ver más. Ya me quedé solo y no lo he vuelto a ver más”. Solo. En el monte. Y Marcos, un chiquillo dejado de la mano de Dios, se tuvo que inventar una familia. Con el tiempo, se hizo a todo. Ese todo: los lobos, los zorros, las culebras, las águilas, las ratas. La ropa se le fue rompiendo. Se hizo una zamarra con la piel de los venados. Sólo se cortaba el flequillo; para estar ojo avizor en la vida animal, donde imperaban los colmillos.
–Yo estaba preparado con el cuchillo. La carne que yo no quería se la llevaba a los lobillos. Los padres no me dejaban, pero como veían que yo les llevaba de comer, cogieron confianza. Yo olía como ellos. Cuando yo quería que vinieran, cuando me veía que no tenía salida, empezaba a aullar. Venían varios lobos y, como se daban cuenta de que estaba perdido, se tiraban a mí dando saltos y me cogían los brazos con la boca hasta que yo reía. Empezaban a jugar. Luego me señalaban el camino hasta la cueva de ellos y, desde allí, yo ya sabía irme. Me divertía yo solo con los animales.
Y se entendía con ellos. Con sus mismos sonidos. En cuanto uno menos se lo espera, Marcos, hoy, coge una hoja del suelo y se la pone en la boca. Pij, pij, pij… El ruido que hace el águila. Y también imita el de la perdiz macho. Y el de la perdiz hembra. Marcos era uno más en la naturaleza. “Dormía con la zorra. La zorra era la primera que se metía debajo de mis piernas cuando había tormenta o llovía”. También vivió un tiempo con una camada de ratones, a los que daba leche de cabra. Y siempre planeaba por allí algún águila, a la que le troceaba los conejos o perdices que atrapaba. “Ponía la presa en un plato de aquellos de corcho y más contentos… Acariciaba a las águilas, las besaba, y se iban más contentas…”. Janer, el antropólogo, analiza estos pasajes: “Marcos no inventa, pero cubre con la imaginación su necesidad de saberse querido por alguien”.
Y aun así, aun con sus necesidades a cuestas, se sentía superior.
–Me podía valer de mis manos y de los pensamientos que me venían a la cabeza al tuntún. Como de pequeño, con la gente, no me había encontrado nada bueno, yo no quería volver.
Marcos se pone serio y al instante ríe. Charla con una habilidad extraña para convertir en carcajada lo que fue desgracia. Algo en su manera de moverse, en sus balbuceos, avisa de que aquellos años le cambiaron para siempre. A veces se queda sin palabras. A veces sólo oye un magma de ruidos. Y calla. Se le escapa el pensamiento abstracto. Si tiene confianza con su interlocutor, le dirá que no sabe qué está escuchando. Que escucha por escuchar.
Cómo estaría cuando la Guardia Civil lo encontró, por el aviso de un guarda, en 1965. Esto pasó: “Buenas tardes”, le saludaron los agentes. Marcos se levantó y fue a echar mano del cuchillo. “No te vamos a hacer nada”. Le montaron en un caballo y lo llevaron a Fuencaliente, pueblo de Ciudad Real. A una barbería. Cuando el hombre cogió la navaja, Marcos creyó que le iban a decapitar. Gritó y se echó encima del barbero. Se calmó cuando vio que a un chico sólo le estaba cortando el pelo. “¿Cómo estoy aquí y allí?”, se preguntaba. El espejo le imitaba. En el río no se veía tan claro.
Un cura joven, Juan Luis Gálvez, que estudiaba en Madrid, le enseñó a pronunciar. Al principio dormía debajo de la cama. Quizá porque le recordaba más a su cueva. La religión se lo pasó de mano en mano. Marcos se tuvo que ir con unas monjas al Hospital de Convalecientes de la Fundación Vallejo, en Madrid. Las hermanas no querían que saliera en los periódicos. “Ay, qué deshonra”, clamaban. Entre imágenes de santos, empezó a socializarse: cantaba la copla Una paloma blanca, de Antonio Molina, y ellas le gritaban olé como a un torero de los grandes.
Las monjas le enseñaron a caminar derecho. Hizo la comunión. “¿Y esto para qué es?”, preguntó. “Para estar bien con Dios. Las cosas feas son pecado”, le contestaron. No entendía nada. “Me explicaron que si uno se acostaba con una mujer salía un chiquillo. Yo no me lo creía. Fueron metiéndome en vereda. Como un mulo que no está domado”.
Tenía que llegar. Y llegó el día. Marcos tuvo que salir a la sociedad. A partir de entonces, su vida transcurrió en Palma de Mallorca, donde trabajó en bares y hoteles y donde le timaban. Le han timado toda su vida. Él no se daba cuenta. No se cansa de repetir que la vida entre los hombres es más dura. Nadie creía su historia. “Yo he tenido que levantarme solo. Yo me fijaba en lo que hacía uno y lo que hacía otro”. Acabará diciendo que no sabe si al rescatarlo de la sierra, le hicieron un bien o un mal.
–No pensaba en el mañana. Yo no tenía ni chispa de idea. Yo no sabía más que venía el día, que salía el sol y que llegaba el oscuro.
Y que volvía el sol. Ya está. Marcos descubrió, a los 20 años, a las mujeres. La nota de Janer: “Es muy curioso: su instinto sexual se despertó en el seno de la sociedad”. Tuvo alguna novia. En Palma y en Málaga. En los ochenta acabaría malviviendo en otra cueva. En Alhaurín el Grande (Málaga). Le conocían en el pueblo y el alcalde le consiguió una pensión no contributiva. En Fuengirola conoció a Manuel, sus pies y sus manos, con el que vive en Galicia. “Me tocó la lotería. Hago lo que me da la gana siempre que tenga las cosas a raya”.
Hoy anda a su aire. Esto es el rodaje. Habla Gerardo: “Ahí es donde vas a aullar”. El sitio es una roca desde donde uno se siente dueño del mundo. Han traído un par de lobos. Son lobos amaestrados. Tienen que hacerse con Marcos para que en la toma salga todo bien. Tensión fuera: enseguida empiezan a lamerle. Marcos los acaricia. Se revuelca por el suelo. Los besa.
–Ay, ay, ay.
La toma 191 BX 2 sale. En el bar, a Marcos no se le va de la cabeza el cariño que le han mostrado los dos animales: “Eso no lo hacen las personas. Yo era el hermano mayor de los lobos”. El camarero le sirve carne de Sierra Morena. Marcos coge el cuchillo. Ese trozo de monte, en el plato. A punto de ser devorado.
Vivir 12 años entre lobos
CRISTÓBAL RAMÍREZ
EL PAIS SEMANAL - 06-12-2009
Ese día, la carretera por delante, Marcos pensó que sólo vería nubarrones en su vida. Miró a lo alto. Se carcajeó, como se carcajea siempre, con los ojos enterrados, con la cara traviesa:
–Adiós, sol, que ya no te veré más.
A Manuel le hizo gracia la ocurrencia. Los dos enfilaban la carretera a San Ciprián de Viñas, un concejo verde encerrado en Ourense, para vivir en una casona. Para vivir juntos. Por vivir así. Manuel conocía a Marcos (el charlatán, el que dormía en un edificio en obras en Fuengirola, Málaga) desde hacía cinco años y se reía con sus historietas. Manuel viajaba al sur para visitar a uno de sus hijos, dueño de un restaurante. De eso conocía a Marcos. Le cogió cariño. Por pena, se lo comentó:
–Me he quedado viudo. Mis hijos van por su lado. ¿Quieres venirte a Galicia conmigo?
Marcos aceptó. Después de muchos años tendría un techo. Aunque fuera en el norte, donde le habían jurado que el cielo siempre estaba negro. El día en que llegó a Ourense no pudo ser más luminoso. Y sintió que debía despedirse del sol para siempre.
Esto fue hace 10 años. Marcos, sólo entonces, empezó a vivir. Porque lo de antes no se sabe qué es. Marcos Rodríguez Pantoja, el menor de tres hermanos, nació en Añora (Córdoba) en junio de 1946. Su madre, Araceli, murió. Su padre, Melchor, se juntó con una mujer, se fueron a vivir al campo y entregó a unos parientes a sus dos hijos mayores. Marcos se quedó con su padre, su madrastra y las palizas de mil demonios que ésta le propinaba. Vivían en una choza levantada con palos y matojos. Palos y sacos de paja. Eran piconeros: hacían carbón. Como apenas tenían un mendrugo de pan, pasó lo que pasó:
–Llegó un señor, el dueño de una finca, y estuvo hablando con mi padre. Le dijo: “Tanto dinero le doy por llevarme a este chico”. Entonces me cogió, me llevó a su casa y me hartó de comer. Y cuando anocheció me llevaron a Sierra Morena, donde se escondía un viejecito con barbas. Tenía cabras que guardaba el viejo aquel. Había lobos aullando, zorros, cabras, ciervos… Antes de llevarme allí me pusieron un plato de chorizo, tocino, morcilla, tasajo de ciervo, carne seca… Todos me miraban.
Marcos rememora a salto de mata la historia en que su padre lo vendió como el que vende un cerdo. El director de cine Gerardo Olivares ha escuchado muchas veces ese relato entrecortado. El trasunto real de Mowgli. Llegó a él por puro azar, a través de la tesis que el antropólogo Gabriel Janer escribió a mediados de los setenta. Gerardo se decidió a rodar una película basada en la vida de Marcos. El filme se titulará Entre lobos y se estrenará en octubre de 2010. El plató es la misma Sierra Morena donde Marcos anduvo sin pizca de contacto humano, más o menos, desde los 7 hasta los 19 años. Desde 1953 hasta 1965.
–Marcos, a repetirlo. Pero habla como tú hablas, con acento andaluz.
Gerardo y las órdenes. Marcos está presente en este escenario de bosques y sombras. Se interpreta a sí mismo en las escenas finales. De más joven, es Juanjo Ballesta (El Bola) quien se mete en su piel. Marcos no focaliza su atención en un discurso ordenado. Habla tal como le nace. No atiende.
Nunca nadie le obligó a hacerlo. Con el viejo huraño aquel convivió poco. Una noche le dijo que lo esperara en la cueva donde dormían. “Y no lo volví a ver más. Ya me quedé solo y no lo he vuelto a ver más”. Solo. En el monte. Y Marcos, un chiquillo dejado de la mano de Dios, se tuvo que inventar una familia. Con el tiempo, se hizo a todo. Ese todo: los lobos, los zorros, las culebras, las águilas, las ratas. La ropa se le fue rompiendo. Se hizo una zamarra con la piel de los venados. Sólo se cortaba el flequillo; para estar ojo avizor en la vida animal, donde imperaban los colmillos.
–Yo estaba preparado con el cuchillo. La carne que yo no quería se la llevaba a los lobillos. Los padres no me dejaban, pero como veían que yo les llevaba de comer, cogieron confianza. Yo olía como ellos. Cuando yo quería que vinieran, cuando me veía que no tenía salida, empezaba a aullar. Venían varios lobos y, como se daban cuenta de que estaba perdido, se tiraban a mí dando saltos y me cogían los brazos con la boca hasta que yo reía. Empezaban a jugar. Luego me señalaban el camino hasta la cueva de ellos y, desde allí, yo ya sabía irme. Me divertía yo solo con los animales.
Y se entendía con ellos. Con sus mismos sonidos. En cuanto uno menos se lo espera, Marcos, hoy, coge una hoja del suelo y se la pone en la boca. Pij, pij, pij… El ruido que hace el águila. Y también imita el de la perdiz macho. Y el de la perdiz hembra. Marcos era uno más en la naturaleza. “Dormía con la zorra. La zorra era la primera que se metía debajo de mis piernas cuando había tormenta o llovía”. También vivió un tiempo con una camada de ratones, a los que daba leche de cabra. Y siempre planeaba por allí algún águila, a la que le troceaba los conejos o perdices que atrapaba. “Ponía la presa en un plato de aquellos de corcho y más contentos… Acariciaba a las águilas, las besaba, y se iban más contentas…”. Janer, el antropólogo, analiza estos pasajes: “Marcos no inventa, pero cubre con la imaginación su necesidad de saberse querido por alguien”.
Y aun así, aun con sus necesidades a cuestas, se sentía superior.
–Me podía valer de mis manos y de los pensamientos que me venían a la cabeza al tuntún. Como de pequeño, con la gente, no me había encontrado nada bueno, yo no quería volver.
Marcos se pone serio y al instante ríe. Charla con una habilidad extraña para convertir en carcajada lo que fue desgracia. Algo en su manera de moverse, en sus balbuceos, avisa de que aquellos años le cambiaron para siempre. A veces se queda sin palabras. A veces sólo oye un magma de ruidos. Y calla. Se le escapa el pensamiento abstracto. Si tiene confianza con su interlocutor, le dirá que no sabe qué está escuchando. Que escucha por escuchar.
Cómo estaría cuando la Guardia Civil lo encontró, por el aviso de un guarda, en 1965. Esto pasó: “Buenas tardes”, le saludaron los agentes. Marcos se levantó y fue a echar mano del cuchillo. “No te vamos a hacer nada”. Le montaron en un caballo y lo llevaron a Fuencaliente, pueblo de Ciudad Real. A una barbería. Cuando el hombre cogió la navaja, Marcos creyó que le iban a decapitar. Gritó y se echó encima del barbero. Se calmó cuando vio que a un chico sólo le estaba cortando el pelo. “¿Cómo estoy aquí y allí?”, se preguntaba. El espejo le imitaba. En el río no se veía tan claro.
Un cura joven, Juan Luis Gálvez, que estudiaba en Madrid, le enseñó a pronunciar. Al principio dormía debajo de la cama. Quizá porque le recordaba más a su cueva. La religión se lo pasó de mano en mano. Marcos se tuvo que ir con unas monjas al Hospital de Convalecientes de la Fundación Vallejo, en Madrid. Las hermanas no querían que saliera en los periódicos. “Ay, qué deshonra”, clamaban. Entre imágenes de santos, empezó a socializarse: cantaba la copla Una paloma blanca, de Antonio Molina, y ellas le gritaban olé como a un torero de los grandes.
Las monjas le enseñaron a caminar derecho. Hizo la comunión. “¿Y esto para qué es?”, preguntó. “Para estar bien con Dios. Las cosas feas son pecado”, le contestaron. No entendía nada. “Me explicaron que si uno se acostaba con una mujer salía un chiquillo. Yo no me lo creía. Fueron metiéndome en vereda. Como un mulo que no está domado”.
Tenía que llegar. Y llegó el día. Marcos tuvo que salir a la sociedad. A partir de entonces, su vida transcurrió en Palma de Mallorca, donde trabajó en bares y hoteles y donde le timaban. Le han timado toda su vida. Él no se daba cuenta. No se cansa de repetir que la vida entre los hombres es más dura. Nadie creía su historia. “Yo he tenido que levantarme solo. Yo me fijaba en lo que hacía uno y lo que hacía otro”. Acabará diciendo que no sabe si al rescatarlo de la sierra, le hicieron un bien o un mal.
–No pensaba en el mañana. Yo no tenía ni chispa de idea. Yo no sabía más que venía el día, que salía el sol y que llegaba el oscuro.
Y que volvía el sol. Ya está. Marcos descubrió, a los 20 años, a las mujeres. La nota de Janer: “Es muy curioso: su instinto sexual se despertó en el seno de la sociedad”. Tuvo alguna novia. En Palma y en Málaga. En los ochenta acabaría malviviendo en otra cueva. En Alhaurín el Grande (Málaga). Le conocían en el pueblo y el alcalde le consiguió una pensión no contributiva. En Fuengirola conoció a Manuel, sus pies y sus manos, con el que vive en Galicia. “Me tocó la lotería. Hago lo que me da la gana siempre que tenga las cosas a raya”.
Hoy anda a su aire. Esto es el rodaje. Habla Gerardo: “Ahí es donde vas a aullar”. El sitio es una roca desde donde uno se siente dueño del mundo. Han traído un par de lobos. Son lobos amaestrados. Tienen que hacerse con Marcos para que en la toma salga todo bien. Tensión fuera: enseguida empiezan a lamerle. Marcos los acaricia. Se revuelca por el suelo. Los besa.
–Ay, ay, ay.
La toma 191 BX 2 sale. En el bar, a Marcos no se le va de la cabeza el cariño que le han mostrado los dos animales: “Eso no lo hacen las personas. Yo era el hermano mayor de los lobos”. El camarero le sirve carne de Sierra Morena. Marcos coge el cuchillo. Ese trozo de monte, en el plato. A punto de ser devorado.
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